martes, 2 de septiembre de 2008

ENTRE DELFINES

En algún instante llegaba a percibir, por el sonido de los motores, como la popa del “Dolphin Dream” dejaba de tocar la superficie del agua. Mi estómago, también lo notaba. Era justo después de llegar a la cresta de la ola y comenzar el brusco descenso hacia el vacío, cuando la proa perdía el contacto con el mar durante unos segundos, hasta que las veinte toneladas de casco volvían a golpea bruscamente con el mar.

Mis ojos luchaban por permanecer cerrados, perdiendo el mundo de vista y abstrayéndome de la gran tormenta. Mi cuerpo, especialmente mi estómago, ya no era capaz de distinguir la dirección del vaivén, el zarandeo de las olas en mi pequeño camarote. Por fin, al cabo de una eternidad –que posiblemente, en la realidad apenas fueron unos cuantos minutos o a lo sumo, un par de horas- conseguí dormitar. El primer presagio de que una gran tormenta se aproximaba lo tuve cuando Andy, el segundo de a bordo, se apresuró, cuidadosa pero rápidamente, a cerrar con una gruesa cinta adhesiva todos los cajones de la cocina.

Apenas tres horas antes, yo me sumergía, bajo un radiante sol y un plácido mar, a veinticinco metros de profundidad acompañado de algunos tiburones de arrecife y un grupo de delfines manchados del Atlántico. Aquel era el último día de una expedición fotográfica que tenía como objetivo fotografiar a estos últimos.

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El delfín manchado del Atlántico es un delfín mediano, que puede alcanzar los dos metros de longitud, y que vive tanto en aguas costeras como en alta mar, pero siempre en mares tropicales. Su comportamiento es social, y siempre viaja en grupo, normalmente de unos quince individuos. Y como sucede con otras especies, el delfín manchado es un animal al que le encanta el juego, y surca aerodinámicamente las olas a la proa de los barcos, cruzándose de un lado al otro con una facilidad que deja en un segundo plano a los motores de las naves. Y, cuando está saciado de alimento y puede permitirse unos instantes lúdicos también juega alrededor de los submarinistas, nadando alrededor de ellos y dejando en evidencia lo patoso que puede ser un ser humano cargado con botellas de aire, máscara de buceo y una gran cámara fotográfica en las manos.

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Sin duda, la observación de delfines en libertad, es una de las mejores experiencias que he podido tener como fotógrafo de la naturaleza. Y espero que aquel grupo de quince delfines moteados con el que compartí mi navegación por las Bahamas, siga buceando y pescando libre por muchos años

1 comentario:

Marta G.Brea dijo...

Y yo hablándote ayer de delfines ;)

Bss